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martes, 6 de marzo de 2012

Los "ninis" y la educación.

      
De unos años hacia aquí, la palabra "Nini" se ha vuelto en un término de dominio público, que tiene como fin dedicar a los niños, adolescentes y jóvenes que "ni estudian, ni trabajan". Esos mismos que vemos juntarse a las afueras de las escuelas públicas, en la canchas, parques y calles, en horas hábiles y que, claramente, no se encuentran realizando actividad productiva alguna.
          Preparando mi clase acerca de las caricaturas periodísticas, encontré la imagen que encabeza este artículo. Decidí incluirla en la presentación, destinada para mis alumnos del turno vespertino de una escuela de Mérida. Analizando el cartón con mis alumnos, después de seis meses dándoles clases, pude ver un atisbo de comprensión de la importancia que tienen los medios sociales en la elección del derrotero que marca sus vidas y las de sus compañeros de  generación.
           Cuando se terminó mi clase y me quedé sola, ordenando la biblioteca, mientras mis alumnos se trasladaban a sus otras aulas, me fue inevitable divagar unos segundos, pensando en la enorme cantidad de muchachos que, entre los muros de esa misma escuela (y también de muchas otras), se van mostrando cada vez más renuentes a considerar la educación como algo importante, necesario o que deba ser elegido de manera intrínseca.
         En el año 2005, la encuesta nacional de la juventud mostraba la impresionante cifra de 7.4 millones de jóvenes, de entre 12 y 29 años que no se dedicaban ni al estudio ni a actividad productiva alguna. ¡Casi siete millones de jóvenes, en edad escolar que, prácticamente flotaban en la nada! Esta misma encuesta, mostraba en porcentajes, que 7 de cada 10 mujeres "ninis" terminaron hasta la secundaria, al igual que el 61% de los varones. Es decir, más del 50% de los adolescentes y jóvenes sin un proyecto de vida, no continuaron sus estudios después de pasar por las escuelas primarias y secundarias.  También se señala que sólo 9.1 por ciento tienen nivel socioeconómico medio alto/alto, 15.1 medio, 25.1 medio/bajo, 29.7 bajo, y 32.2 muy bajo (1) 
          Ya sabemos que parte de la culpa recae en el gobierno, la falta de programas sociales que garanticen la permanencia de todos los jóvenes en nuestras escuelas. Teniendo  promedio de ingreso por hora de trabajo  en nuestro país, que, de acuerdo a cifras del INEGI en 2011, es de aproximadamente de $29.4, y el promedio de hijos por cada  mujer mayor de 12 años es de 2, uno puede imaginarse el esfuerzo que realizan los padres de familia para que sus hijos asistan a la escuela, contemplando útiles escolares, uniformes, gastos de transporte, desayunos…
          Sin embargo, pese a las culpas que se pueden achacar a los gobiernos, pasados, presentes y venideros, lo cierto es que los altos índices de deserción en nuestras escuelas son parte de un grave problema social. Haciendo un lado el papel de los maestros, ampliamente criticados y cuyo papel se pone siempre en entredicho, es necesario hablar de los padres de familia. He escuchado en más de una ocasión a compañeros docentes, prefectos, secretarias y directivos quejarse de la falta de interés de los padres de familia en el devenir escolar de sus hijos. En las 7 escuelas secundarias públicas de mi estado en las que he tenido la oportunidad de trabajar, he podido constatar esta situación.
         Si bien existen madres y padres genuinamente interesados en las calificaciones de sus hijos, que se toman la molestia de recordar que la educación comienza en casa, cada vez es más frecuente encontrar padres de familia que, agobiados por su carga de trabajo o por las responsabilidades diarias, dan a manos abiertas y exigen poco… a sus hijos. Durante este curso escolar el destino ha querido darme pruebas de la descomposición social que mencioné más arriba en este texto.
El más reciente ejemplo lo viví el día de hoy. Un padre de familia, interesado en la calificación de su hija, estalló a las afueras de mi escuela por la calificación, aprobatoria pero baja que esta obtuvo. Con toda la amabilidad de la que pude hacer gala en ese momento tan desagradable, le dije que con gusto le atendería apenas me desocupara, para explicarle. El ofendido progenitor se encaminó a la dirección de mi escuela a hacer patente la queja con mi director. Éste, le mandó con el coordinador para establecen un diálogo mediado conmigo. Mi reunión (que interrumpió mis clases y actividades diarias) se tornó súbitamente violenta, pues el alterado hombre, con la hija, alumna mía enfrente, y el coordinador como testigos mudos, comenzó a vociferar, hablar de mi parcialidad, de mis “vacaciones” (incapacidad por accidente que me vi obligada a tomar”) de la manera arbitraria en la que no deseaba otorgarle una calificación alta a su hija, aun cuando él, todos los días, a la entrada y la salida de la escuela, me paraba para preguntarme por su avance.
Debo decir que me sentí francamente disgustada y tuve que marcar un alto ante tanta prepotencia, hasta que finalmente le pregunté si deseaba que yo le otorgara un 10 en la boleta, aunque éticamente su hija trabajara por una calificación inferior… El airado padre de familia, titubeó. Creo que en el fondo deseaba contestarme que sí, eso era exactamente lo que pretendía, pero la consciencia no se o permitió. Se retiró, aun ofuscado y a disgusto con la respuesta, aun cuando mi lista de tareas justificaba la calificación obtenida.
Cuando terminé mis labores el día de hoy, me quedó el regusto amargo de la experiencia vespertina. Sin embargo, algo me queda sumamente claro. La educación es una tarea tripartita… Los maestros somos el instrumento, los alumnos, la materia prima y los padres, los proveedores de esa materia. ¿Cómo podemos trabajar con un material que viene con algunos detalles desde su explotación? Es necesario que los padres de familia comprendan que su papel debe darse en conjunto con el nuestro. Y como maestros, no permitir que nuestro trabajo sea puesto en entredicho, cuidando la legalidad y ética de nuestras acciones. Hasta que los tres actores de la educación, no trabajen en conjunto, más jóvenes se desentenderán de la escuela, de sus responsabilidades y acrecentarán las filas de “ninis” en nuestro país

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